viernes, 20 de octubre de 2006

Fenomenología con Maturana. Deconstruyendo el Paradigma Objetivista.

Hace mucho tiempo. decía Tito Cayo Lucrecio lo siguiente:

"Si los sentidos no son veraces, toda nuestra razón es falsa".

De eso vamos a hablar hoy.

Introduciremos el tema con un párrafo extractado de un texto del biólogo y filósofo constructivista Humberto Maturana (abajo):

“Hablamos de las cosas que están ahí, fuera de nosotros: “¡El florero está sobre la mesa! decimos. ¿Cómo sabes que el florero está sobre la mesa?, “Lo veo, ¿no ves que está ahí?”. Y el que aceptamos que las cosas están ahí con independencia de nosotros se nota en los argumentos que damos al otro: “pero si está ahí, míralo, todo el mundo lo puede ver”, y todo el mundo puede ver el florero porque está ahí con independencia de lo que yo digo; yo no soy responsable de que esté ahí, pero yo puedo decir que está ahí porque veo que está ahí. ¡Ah!, esa es la actitud cotidiana. Y para este modo de estar tenemos una expresión cotidiana, esa expresión es objetividad. Somos objetivos. El ser objetivo indica que cuando uno dice que es objetivo está diciendo que lo que él dice se fundamenta externamente. Los fundamentos que van dando validez a lo que yo digo son externos a mí. Cuando a uno le dicen, eres subjetivo, lo que le están diciendo es: los fundamentos de lo que tú dices no son externos a ti, sino que están en ti. Y en esta actitud, por supuesto, desvalorizamos lo subjetivo. La objetividad, en último término, tiene su fundamento en el supuesto de que hay una realidad independiente de uno desde donde se valida lo que uno dice”.

Muy bien, pero, ¿la hay?, y si la hay, ¿podemos conocerla?, ¿podemos ser objetivos?

La extendidísima creencia en la existencia de un mundo material objetivo e igual para todos procede (en su última versión actualizada) de Descartes y más concretamente de su distinción entre mente y materia. Según Descartes, de la primera se ocuparía la religión, y de la segunda la ciencia. Con el tiempo, dicha separación deja de existir, porque la primera (mente) ha terminado por olvidarse o incluso subordenarse a la segunda (materia), es decir: durante el siglo XIX se comienza a pensar que la mente y sus procesos siguen también leyes físicas y que van a poder ser explicados por la ciencia. Por tanto, la creencia común a la mayor parte de la raza humana es hoy en día el materialismo, cuyo mantra reza así:

“Vivo en una piedra que gira en torno a una hoguera enorme. Solo creo lo que veo y toco, todo son granitos diminutos arrejuntados de distintas maneras que se mueven conforme a los designios de las leyes naturales. Además, como los granitos están muertos y son algo distinto de mi, puedo aplastarlos, modelarlos o hacer con ellos lo que me plazca”.

El ateo se queda normalmente con esta versión descarnada e intrascendente. El religioso, en general, añade que además de todo eso hay un Dios eterno que anda por ahí por el Universo que nos quiere a todos y que ha dictado un cuerpo legislativo (se lo dijo a Jesús) de lo que se debe y lo que no se debe hacer bajo pena de tener que confesarse. Por lo demás, no hay muchas diferencias (o ninguna) en la forma de vida y de percepción de la realidad de unos y otros: todos son objetivistas y son tumbados por la muerte en su piedra junto al dichoso florero.

Si hay algún lector colombiano, que no se ofenda con la puesta en duda de la existencia del florero. Tengo muy en cuenta la realidad de la vinculación de la ruptura del florero y la consecución de la independencia de su país (en la foto los restos de tan preciada reliquia del museo de la independencia en Bogotá).

Sin embargo, a raíz de la brutal caída de este paradigma en la mente de los científicos que se dedicaban a la física cuántica en los años 20 (Einstein, Heisenberg, Bohr…), y que como hemos repetido mil veces implica un planteamiento totalmente nuevo sobre los fundamentos mismos de la existencia: la inseparabilidad del sujeto observante y el objeto observado, comienza a surgir una nueva disciplina científica llamada “cibernética”, destinada a explorar las relaciones entre mente y materia, muy basada en la teoría de sistemas que se veía en el anterior post, desde donde comienza a introducirse un paradigma muy distinto del objetivista: el paradigma constructivista.

La conclusión a la que muchos físicos cuánticos, cibernéticos y filósofos de la ciencia han llegado es que no existe ninguna experiencia de la “objetividad”. Toda experiencia es subjetiva por el simple hecho de que nuestros cerebros construyen la imagen de lo que percibimos, tanto por la vista como por los otros sentidos. Así pues, es innegable que en todo momento existe una distancia entre la “realidad” y la “experiencia de realidad”. Pese a ello, como decía el antropólogo, lingüista, científico social y cibernético Gregory Bateson, “nuestra civilización sigue profundamente fundamentada en esta ilusión”.

Resulta, por tanto, que todo lo percibido como “material” (objetivo) no es más que una imagen “mental”. Por ello, es en realidad lo material lo que ha de subordenarse a lo mental, y no al contrario. Esto implica la imposibilidad de alcanzar ninguna certidumbre científica, al no existir una base objetiva sobre la que experimentar más allá de la percepción subjetiva condicionada del sujeto que experimenta. En realidad, si se quiere llegar a sus conclusiones últimas, esto implica la total imposibilidad de conocer el Universo mediante el método científico, ni siquiera una parte, porque todo cuanto percibimos es "construido" por nuestro cerebro.

Los hindúes se percataron de esto y llamaron a esa supuesta realidad que nuestra mente construye “maya”, o ilusión. Platón le dedicó a este problema el famoso mito de la caverna y casi todo filósofo, físico teórico o gurú que se precie tiene su teoría al respecto: fenómeno y noúmenos (Kant), tonal y nagual (Castaneda), tercera y cuarta dimensión (Hinton), cuerpo material y cuerpo energético (Osho), realidad y orden implicado (Bohm). En lo que casi todos coinciden es en afirmar que la ilusión depende por completo de “lo otro” (se le llame como se le llame). “Lo otro” es incognoscible directamente, pero gobierna por completo todas nuestras vidas: en esto coinciden a la perfección todos. Por ejemplo, Castaneda (el nagual es quien toma todas las decisiones) y Bohm (el orden implicado genera el fenómeno explicado).

Evidentemente, cuando hablamos de “lo otro” no pensamos simplemente en una realidad en que las nubes son moradas pero nosotros las vemos blancas, ni siquiera una realidad en la que Bisbal fuera un poeta cantautor independiente y todos lo estuviéramos interpretando mal. En realidad posiblemente absolutamente nada de “lo otro” nos sería mínimamente recognoscible, dado que la interpretación que nuestro cerebro hace de una supuesta realidad es “total”.

Por tanto, si queremos conocer la realidad, es necesario investigar el proceso de formación de la ilusión, cosa que se produce en el interior de nuestra mente. Esto tiene dos consecuencias: la primera es que no tiene sentido investigar las causas porque también son ilusorias, así que la investigación tiene que realizarse sobre la experiencia en sí, sin ninguna carga interpretativa, clasificación o intento de explicarla. Esto nos lleva a la fenomenología y a la Gestalt (que la adopta como fundamento). La segunda y más importante es que dado que la formación de la ilusión se produce en el interior de la mente, la investigación de la realidad se tiene que mover por fuerza también en el interior de nuestra mente. Esto nos lleva a las técnicas de crecimiento personal o espiritual, destinadas a llevar al terreno de la consciencia aquellos procedimientos inconscientes de formación de la imagen ilusoria del mundo, procesos que no tienen por que ser los mismos en cada individuo, por lo que no cabe la investigación científica al respecto sino solo la personal (“conócete a ti mismo”, está todavía grabado en las viejas paredes de un antiguo templo griego).

Comenzamos con una perspectiva científica (cibernética), avanzaremos ahora a una filosófica (fenomenología), seguiremos por una psicológica (gestalt) y terminaremos en una esotérica (a decidir todavía).

La Fenomenología es definida por la Wikipedia como “un método filosófico que procede a partir del análisis intuitivo de los objetos tal como son dados a la conciencia cognoscente, a partir de lo cual busca inferir los rasgos esenciales de la experiencia y lo experimentado”. Pese a que sus orígenes se pueden rastrear en Alemania en el siglo XIX, es a partir de Edmund Husserl, a mediados del siglo XX, que la fenomenología cobra carta de presencia, y es cuando el mundo se interesa por ella, y Ortega y Gasset la adopta durante un tiempo y todo eso.

Husserl considera que el objeto del conocimiento no existe fuera de la conciencia del sujeto, sino que se descubre como resultado de la intuición dirigida hacia él. Esto implica que el criterio de “verdad” se halla constituido por las vivencias personales de los sujetos. Así, la experiencia debe ser siempre descrita como se da, y nunca ser analizada, la observación del fenómeno debe ser pura, sin prejuicios ni creencias apriorísticas, debe abstraerse la cuestión de la existencia del objeto y simplemente describir las condiciones en las que se aparece a la conciencia. Siguiendo este método tenemos por ejemplo que un triángulo, fenomenológicamente hablando, son tres líneas rectas. La idea del triángulo es una imagen, un prejuicio abstracto fruto de rellenar el espacio que queda entre las líneas cuando en realidad “solo hay tres líneas”.

Prueben a resolver un test de inteligencia conforme al método fenomenológico y comprenderán la inmensa chorrada que es tratar de medir la inteligencia de un individuo basándose en sus prejuicios (continuación de series aritméticas, simetría de formas… ¿alguna conexión con la realidad?). Si quieren ver cómo se desmonta la lógica pura con argumentos fenomenológicos vean “El enigma de Kaspar Hauser” de Werner Herzog. ¿lo han adivinado? La respuesta al final del post.

Fenomenólogos como Husserl o posteriores como Merlau-Ponty consideran que la ciencia ignora el mundo de la vida (Lebenswelt), que no es sino experiencia, olvidando así sus propios fundamentos. Por ello la fenomenología entra en contradicción con la filosofía crítica (Kant), que trata de descubrir el contenido implicado en la experiencia olvidando la experiencia misma. Sin embargo, la existencia es experiencia vivida, y en consecuencia el cuerpo es el núcleo de los planteamientos fenomenológicos. Por ello, para Husserl, el estudio del ser humano no puede realizarse conforme a las ciencias naturales, dado que estas se basan en la causalidad, mientras que el fundamento de la acción humana es la intencionalidad o motivación.

El método que crea Husserl es la reducción fenomenológica, es decir, la tendencia a abstenerse de formular juicios de cualquier clase que conciernen a la realidad objetiva y que rebasan los límites de la experiencia pura (subjetiva). Se trata de estudiar las esencias de las cosas y de las emociones. La reducción fenomenológica, conforme a Husserl, no presupone que algo exista con carácter material. Hay un principio en la fenomenología que dice que percibir equivale a juzgar, porque es percibir algo como existente, pero fenomenológicamente no se puede tomar posición: no se puede ni afirmar ni negar la existencia del objeto observado, ni tampoco ponerla en duda, porque poner en duda es un acto psíquico distinto de la percepción, así que lo único que se puede hacer es poner entre paréntesis la existencia o no del objeto observado (a lo que se llama epokhé) y simplemente percibir. Husserl no admite ninguna toma de posición existencial de ningún tipo: ni afirmativa, ni negativa ni dubitativa. Es la forma de depurar la percepción, de no equivocarse. Así pues, el método fenomenológico es un método descriptivo de las vivencias de la conciencia pura (no de realidades), porque justamente es la conciencia lo único que queda tras hacer una reducción fenomenológica. Luego viene la reducción eidética, que consiste en pasar de los contenidos directos de conciencia a los contenidos esenciales: a las esencias de la conciencia pura.

Por tanto, en fenomenología desaparecen el sujeto, el acto, la cualidad del acto y el objeto: desaparece toda la realidad y queda todo reducido al mundo de los objetos ideales; la conciencia. Esto es en principio lo que fundamenta la validez universal de este método. De todas formas, aquí Ortega, en su etapa fenomenológica, criticó a Husserl indicando que la conciencia tampoco existe porque no es una realidad (“yo soy yo y mi circunstancia” implica que solo están las cosas y yo, no la conciencia, por lo que si se aplica la reducción fenomenológica no queda nada).

De todas formas, la fenomenología tiene sus ventajas (además de no acabar en “ismo”, lo que le da un especial carisma). Es un método que, al partir de la deconstrucción absoluta de todo condicionamiento, tiene la posibilidad de atinar mejor en lo “real” que todos aquellos basados en presunciones filosóficas, incluida la ciencia, que como vimos se basa en sus queridos shaping principles (el objetivismo es solo uno de ellos).

Y aquí le pasamos la palabra a Maturana para que termine de deconstruir la objetividad a partir de los conceptos de “ilusión” y “percepción”:

“Nos encontramos con dos situaciones cotidianas para las cuales tenemos dos palabras maravillosas en castellano, que son “ilusión” y “percepción”. Cuando hablamos de percepción hablamos como si aquello que decimos que vemos, que distinguimos, fuese independiente de nosotros; pero cuando hablamos de haber tenido una ilusión, lo que estamos diciendo es que tuvimos una experiencia que vivimos en el momento de vivirla como una percepción, pero que después comparándola con otra experiencia nos dimos cuenta de que no era válida. (…) Uno vive la experiencia que vive como válida en el momento de vivirla, y es solamente después, en relación con otra experiencia que puede descalificarla como un error. Esto es potente. Todo momento del vivir se vive como válido en el momento en que se vive”.

Por lo tanto, ¿existe la realidad?, y si es así ¿se puede conocer?

Maturana dice que la ilusión y el error nos muestran que no podemos validar lo que decimos a través de una pretendida referencia a una realidad independiente de nosotros. No tenemos cómo hacerlo, porque en el momento en que uno se detiene a reflexionar sobre ello, descubre que explicamos nuestras experiencias con nuestras experiencias. Maturana dice exactamente que “valido mis explicaciones con mi vivir y explico mi vivir con coherencia de mi vivir. Explicamos nuestras experiencias con las coherencias de nuestras experiencias, incluso en el explicar científico”.

Así, si descartamos la objetividad, resulta que vivimos muchos dominios de realidad, muchas “dimensiones” o como diría Castaneda, muchas distintas posiciones del punto de encaje perceptual. Es necesario aceptar que una ilusión es una experiencia vivida en un dominio que es considerada desde otro, lo que incluye evidentemente la impactante experiencia psicodélica, que desde una perspectiva fenomenológica no puede considerarse más irreal que la realidad cotidiana.

Continuaremos en el siguiente post con las impactantes aplicaciones terapéuticas del método fenomenológico: la terapia Gestalt de Fritz y Laura Perls.

Aunque aceptemos el paradigma objetivista, coincidirán conmigo en que hay veces que los límites entre realidad y ficción son bastante endebles, como demuestra esta foto de Yeltsin celebrando no se sabe si la caida del muro de Berlín o el hundimiento del rublo.

Lecturas recomendadas: - Gregory Bateson. Mind and Nature. A Necessary Unity. - Humberto Maturana. La Realidad ¿Objetiva o Construida?.

Y finalmente, la solución del ejercicio de inteligencia es la "d". Si no han acertado no se preocupen: no es que sean tontos, sino que tienen la inmensa suerte de no pertenecer al consenso perceptual lógico-cotidiano.

lunes, 2 de octubre de 2006

Pensamiento sistémico con Fritjof Capra. Deconstruyendo el Paradigma Mecanicista.

Dicen las malas lenguas que el ser humano cree todavía hoy por lo general en una serie de premisas no comprobadas de las cuales destacan con mucho el siguiente par de dos:

1. Existe un Universo objetivo, independiente del observador (objetivismo).

2. Dicho Universo es un sistema mecánico compuesto de piezas (mecanicismo).

El sujeto que acepta esto podría ser ateo, cristiano, musulmán o de la cienciología; es irrelevante: sea lo que sea, sin duda dichas creencias importan una mierda comparadas con el poder de las anteriores. El objetivismo y el mecanicismo impregnan por completo la forma de vida del hombre, especialmente del occidental, y llevan ineludiblemente a dos consecuencias sociales: el materialismo (solo existe lo material) y el determinismo (todo tiene una causa física, incluso la conciencia). Por consiguiente, la sociedad se organiza en torno a estas dos ideas: Como solo existe lo material, comienza a acumularlo, y así atesora comida, cosas, dinero, relaciones…, y como los sentimientos y la mente son simple consecuencia de la materia, se centra únicamente en modular ésta para influir en los primeros, teniendo a éstos como irrealidades, tontunas, absurdeces, pájaros en la cabeza y payasadas varias.

Sin embargo, estas dos premisas básicas no están tan claras para todos, y desde principios del siglo XX surgió una fuerte oposición a las mismas en el seno del mismo Occidente, que es donde solemos pasearnos en este blog, dada la falta de receptividad e interés existente en Occidente hacia cualquier idea extranjera (quizás podríamos excluir el Budismo desde que Nacho Cano se convirtió).

He aquí un ejemplo de cómo el budismo es capaz de transformar profundamente a una persona. El musical "Hoy no me puedo levantar" sería otro buen ejemplo.

El objetivismo se cuestiona fuertemente desde la Fenomenología y la Gestalt, de las que hablaremos posteriormente, y también, como hemos visto, es una doctrina ausente en el potente esquema filosófico diseñado por Castaneda, que de no ser verdad bebe mucho de Husserl. Pero dado que el objetivismo es mucho más jodido de atacar, comenzaremos por atizarle un poco al mecanicismo, que ya está en el “sprint” final de su decadencia.

El mecanicismo es definido por la wikipedia como “una doctrina filosófica que afirma que la única forma de causalidad es la influencia física entre las entidades que conforman el mundo material, cuyos límites coincidirían con el mundo real”. Nótese que el sabio autor de dicho artículo indica que simplemente se trata de una “doctrina filosófica”: no nos estamos moviendo para nada en el ámbito de lo científico, sino que precisamente lo “científico”, al menos hasta la década de 1920, parte de dicha doctrina filosófica para realizar cualquier experimento, aseveración o prueba. Así, la ciencia era (y sigue siendo por lo general) simplemente una forma de masturbarse mentalmente a partir de la idea de Descartes, de mirar a ver cómo se la desnudaba y qué posibilidades sexuales ofrecía. Pero hoy la idea de Descartes se ha vuelto comercial y está vieja y fofa como Betty Boop en “Drawn Together”; Claramente ya va siendo hora de renovar el repertorio filosófico-pornográfico con el que idear nuevas teorías.

Para quemar toda esa pornografía anticuada y sustituirla por una de mejor gusto tenemos hoy un invitado de excepción: Fritjof Capra (a la derecha), físico teórico de la Universidad de Viena, que lleva casi cuarenta años resaltando los enormes puntos en común entre la física actual y el misticismo oriental, y que nos interesa especialmente por su aguda crítica al Universo cartesiano y la sistematización de las alternativas emergentes al mismo.

Como indica Capra, la tensión básica se da entre las partes y el todo. El énfasis sobre las partes se llama “mecanicismo”, aunque también “reduccionismo” y “atomismo”, y se ocupa en analizar, mientras que el énfasis en el todo se llama “holístico”, “organicista”, “sistémico”, “ecológico” o “vitalista”, según el siglo y el científico en el que nos encontremos, y se dedica a sintetizar.

El mecanicismo no se fundamenta únicamente en Descartes, dado que Galileo y Newton acuden también en su ayuda con sus construcciones científicas. Veamos brevemente sus ideas y cómo han sido desmontadas a lo largo de los siglos.

- René Descartes creó el método del pensamiento analítico, consistente en desmenuzar los fenómenos complejos en partes para comprender, desde las propiedades de éstas, el funcionamiento del todo. Descartes dividía la naturaleza en dos: mente y materia, y consideraba que el universo material, incluidos los organismos vivos, era una máquina que podía ser enteramente comprendida analizando sus partes más pequeñas. De aquí partió la totalmente infructuosa búsqueda de los ladrillos fundamentales de la realidad, en la que algún pirado todavía persiste pese a que las tendencias dominantes en física cuántica han renunciado ya hace décadas a creer que pueda existir algo como una “partícula fundamental”.

- Por su parte, Galileo Galilei, restringió la ciencia al estudio de lo medible y lo cuantificable, lo cual es una estrategia que sirve claramente al mecanicismo. Pero en consecuencia, según el psiquiatra R.D. Laing, el mundo que Galileo nos ofrece está muerto, dado que fuera quedan la vista, el sonido, el gusto, el tacto el olor, la sensibilidad estética y ética, los valores, las cualidades, el alma, la consciencia y el espíritu… es decir: se carga la experiencia vital en su totalidad para tratar de reconstruirla desde cero, cosa que no se ha completado para nada en los 400 años que llevamos con esta estrategia en funcionamiento. (Aclaremos que no nos identificamos con sus oponentes eclesiásticos antes de decir que Galileo, al igual que Descartes y Newton, era profundamente católico y que jamás fue condenado por herejía, sino por desobediencia. Como ya se indicó anteriormente, todo este asunto del racionalismo mecanicista es cosa de religiosos).

- Luego vino Isaac Newton el Magnífico a rematar la tarea con la consabida mecánica newtoniana, que pretendía explicar todo el movimiento en el Universo y que como hemos indicado ya mil veces, lleva ya demasiado tiempo falseada como para seguir prestándole atención. Al respecto Capra se limita a citar a Blake: “May God us keep / from single vision and Newton sleep”

Y es que el movimiento romántico de finales del siglo XVIII fue el primer cuestionamiento underground y no tan underground de toda esta lógica. Tanto Goethe como Kant tenían una visión organicista del mundo y particularmente de los seres vivos. Kant percibía que cada parte era a su vez un organismo que producía cada otra parte. Esta interrelación conforma así un “sistema”, no un “mecanismo”. La Tierra también se comenzó a percibir como un “todo” vivo. En ello anduvieron Alexander von Humboldt y James Hutton, entre muchos otros. Hoy, la hipótesis de Gaia de James Lovelock está gracias a Dios mayoritariamente aceptada en el mundo de la ciencia, pero no lo estaba hace unos meros veinte años. A la izquierda vemos una representación de la “urpflanze” de Goethe (la planta originaria, el patrón conforme al cual crecen todas), una idea que ha sido tomada por los vitalistas desde el siglo XIX como indicador de la existencia de un patrón “no físico” organizativo de la vida.

En el siglo XIX, el mecanicismo volvió a pegar fuerte con el perfeccionamiento del microscopio y la formulación de la teoría celular, que ancló a la biología en términos físico-químicos, reconduciéndose incluso el evolucionismo de Darwin en último término a la misma historia. La física se instituyó de nuevo como ciencia líder en el conocimiento de la realidad, matriz de las restantes.

Sin embargo, todo esto comenzó pronto también a contestarse desde el campo de la biología, que es donde estas teorías hacen aguas más fácilmente, y ello comenzó desde las primeras décadas del siglo XX. El problema es el siguiente: puesto que la información genética es idéntica para cada célula, ¿cómo pueden éstas especializarse en distintas vías convirtiéndose en células musculares, sanguíneas, óseas, nerviosas…?. Para solucionar este problema, que desde una postura mecanicista no ha logrado todavía solventarse, surgen dos corrientes teóricas fundamentales: el organicismo y el vitalismo. Ambas rechazan el mecanicismo, pero de dos formas diferentes:

- El vitalismo postula la existencia de un agente “no físico” que actúa sobre la materia transformándola. En su día Driesch resucitó para ello el concepto de “entelequia” acuñado por Aristóteles, pero hoy tenemos un mejor ejemplo de vitalismo en Rupert Sheldrake, a quien mencionamos continuamente aquí, que habla de los “campos morfogenéticos” como la fuente que proporciona la información del patrón hacia el que debe crecer todo embrión.

- El organicismo, en cambio, no utiliza la idea de una entidad “no física”, y ve el comportamiento de un organismo como un todo integrado que no puede ser comprendido únicamente desde el estudio de sus partes.

- Dicho organicismo se transforma a lo largo del siglo XX en la actual teoría de sistemas que postula que “el todo es más que la suma de las partes”, teoría en la que se inscribe nuestro invitado de hoy: Capra. Debido a que de la suma de las partes surgen “propiedades emergentes” que no existían en niveles de menor complejidad, no es posible utilizar el método analítico cartesiano para comprender sistemas, sino que más bien las propiedades de las partes solo pueden conocerse y comprenderse desde la organización del conjunto. Así pues, se trata de un pensamiento “contextual”, no analítico.

El pensamiento sistémico actual, con todas sus ramificaciones, se legitima y proviene de los descubrimientos realizados en física cuántica en la década de los 20 por científicos como Heisenberg, Bohr y Einstein. En física cuántica, las partículas subatómicas carecen de significado como entidades aisladas y sólo pueden ser entendidas como interconexiones entre varios procesos de observación y medición. La conclusión a la que se llegó, y que en su día produjo una terrible crisis de conciencia en los científicos que trabajaban al respecto, es que “no podemos descomponer el mundo en unidades elementales independientes” y que el todo (campo cuántico) determina el comportamiento de las partes (electrones…). Einstein dice en su autobiografía que “fue como si la tierra hubiese desaparecido bajo nuestros pies sin tener ningún cimiento firme a la vista sobre el que poder construir”.

Como demuestra la física cuántica, en última instancia no hay “partes” en absoluto, sino únicamente “patrones” de probabilidad. Así, Norbert Wiener explicaba que lo que percibimos como un ser humano se explica mejor con la metáfora del remolino de agua en un río. El río está calmado, nace un remolino, permanece un rato y luego desaparece: eso es una vida humana. Wiener decía en 1950 que “no somos materia perdurable, sino pautas que se perpetúan a sí mismas”.

De la teoría de sistemas surgen los actuales métodos modernos de sanación, tanto personales como globales: a nivel individual tenemos la terapia Gestalt (y sus desarrollos, entre los que podríamos contar incluso la psicomagia de Jodorowsky), y a nivel global tenemos la Ecología, que parte de la constatación de que el planeta es un sistema de interrelaciones y, en consecuencia, debe ser tenido en cuenta el “todo” en cualquier decisión sobre las “partes” (ahí tenemos el fundamento para el surgimiento de las todavía tímidas técnicas jurídicas horizontales de Evaluación de Impacto Ambiental y la Autorización Ambiental Integrada). La Tierra se ve ya como un enorme organismo multicriatural donde las especies se relacionan entre sí como en una “red”; Como dice Capra, se constata la ausencia de jerarquías naturales: solo hay redes dentro de redes. El concepto de red se vuelve así esencial para la comprensión de la vida, y da lugar al término alemán “verneztes Denken” (pensamiento en términos de redes).

No confundir con el inefable programa presentado por el insoportable personaje de arriba, en este caso claramente asustándose de su propia cerrazón mental. Si hay interesados en leer algunas de las ideas que están matando el planeta, que acudan a su blog racionalista, mecanicista y fanático del cientificismo retrógrado más burdo, populista y peligroso: http://www.smartplanet.es/punsetblog/

Siguiendo la lógica de las redes, en último término tenemos el intento de Geoffrey Chew de realizar una teoría de “todo”: la teoría Bootstrap, que rechaza la existencia de cualquier tipo de entidad, ley o constante fundamental y ve el Universo material como una red dinámica de acontecimientos interrelacionados donde ninguna de las propiedades de ninguna parte es fundamental y la consistencia total de sus interrelaciones determina la estructura de toda la red. Por supuesto, esta visión afecta al tradicional concepto de objetividad científica, haciendo absolutamente imposible la adquisición de una certeza sobre cualquier cosa, dado que la teoría de sistemas implica que es necesario conocer el todo para conocer completamente cualquier parte. Esto comienza con la formulación del principio de incertidumbre de Heisenberg y continúa extendiéndose lógicamente a “todo”. En consecuencia, llegamos a la conclusión de que YA NO VA A HABER CERTEZAS NUNCA MÁS; todo lo más que lograremos serán aproximaciones probabilísticas (he aquí el problema de legitimidad con el que se encuentra todo ecologista. El principio de precaución que hoy enarbola –sin aplicarlo jamás- la Comunidad Europea es un claro ejemplo de traducción social de las consecuencias de la teoría de sistemas: No cabe postergar la acción política o administrativa hasta la adquisición de certidumbres científicas porque “no se puede adquirir certidumbres nunca”).

Todo esto implica que el mecanicismo ha sido abandonado de golpe como filosofía válida y va perdiendo peso muy rápido conforme mueren sus defensores (como decía Plank), introduciéndose la alternativa sistémica poco a poco en el pensamiento social. Pero por supuesto, esto no ha sido advertido todavía por la mayor parte de la población, que en su inmensa mayoría sigue pensando como a mediados del siglo XIX (y en ocasiones XVII o antes) y actuando en consecuencia conforme a una visión del mundo quizás incluso menos real que el mito de Adán y Eva, que al menos puede interpretarse metafóricamente.

Finalmente, una cita de Descartes para la destrucción y simultáneo lucimiento del mismo:

“Mientras que las ciencias tomen prestados sus principios de la filosofía, considero que nada sólido podrá ser edificado sobre tan inestables cimientos”.

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Volveremos sobre Capra más adelante, pero recomendamos ya la lectura de "El tao de la física" y "La trama de la vida" (de donde está extraída gran parte del contenido de este post).